El viernes 13 de diciembre falleció en Santiago de Chile nuestro camarada y amigo Alberto Perez Yañez. Alberto fue un reconocido artista, musico y cantante, un gran militante de la solidaridad, y una personalidad destacada de la comunidad chilena residente en Suiza. Fue también un colaborador de nuestro boletín asociativo El Canillita escribiendo entretenidas historias y anécdotas. A título de homenaje publicamos su artículo del 2004 que habla de su profesión de toda la vida: relojero

Tengo una amiga que tiene a su hijo en una escuela industrial y ahí el Alberto podría estudiar algo para ganarse la vida. Además, el hijo de mi amiga es dos años mayor y podría protegerlo en caso de que algún otro muchachón quisiera pegarle o hacerle daño a mi hijo…- le oí decir a mi madre.

Y así fui a la Liceo Industrial Superior N° 2 de Santiago.

El hijo de la amiga de mamá, de apellido Manzano, era efectivamente un poco mayor que yo, aunque un poco más pequeño. Solía lucir un terno azul con rayitas grises, un impecable peinado a la cachetada con una impresionante onda sobre la frente, que lo elevaba de algunos centímetros del suelo.

En cada recreo procuraba yo estar cerca de Manzano, previendo un eventual ataque de algún muchacho que quisiera mostrar su valentía trenzándose a puñetes con cualquiera. Manzano era flaquito y no me inspiraba mucha confianza, pero seguí los consejos de mi madre y durante los recreos, me apegaba al de la onda en el pelo por si me llegaba un charchazo suelto por ahí…

En uno de esos recreos vi que había una multitud de jóvenes avivando una riña en el patio del Liceo. Era Manzano que mostraba sus puños, boxeando con Chacón. Se miraban y danzaban alrededor de un eje imaginario. Chacón miraba con ojos furibundos a Manzano. Este no se inmutaba y se agachaba al puro estilo de Arturo Godoy, el célebre boxeador chileno que enfrentó en dos oportunidades por el campeonato del mundo, al mismísimo Joe Louis en los USA.

Febrilmente yo observaba la escena con el corazón en la mano y tomé partido por mi protector sin que nadie me lo pidiera. La muchachada gritaba los nombres de los contrincantes y cruzaban las manos escupiéndose las palmas exclamando¡»caluga y menta»!.

Los mirones formaban una rueda alrededor de los rivales. De pronto Chacón, sin decir agua va, le puso un certero derechazo en plena mandíbula a Manzano y lo mandó al suelo como si fuera un monigote. Y ahí quedó completamente grogy mi protector, con los ojos blancos mirando hacia el cielo, como lo ciegos. Me acerqué a él para ayudarlo a levantarse y miré reprobatoriamente a Chacón que se quedó de pie dando saltitos, saboreando su triunfo.
A partir de ese momento me dije que sería mejor contar conmigo mismo para defenderme en vez de dejar mi suerte en manos de otros que ni siquiera podían defenderse ellos mismos.

Era yo el más joven en mi curso. Muchos de los otros venían ya de otras escuelas en las cuáles habían hecho ya sus experiencias. Entre ellos había uno llamado Juan González. Era grande y hablaba muy bien. En vez de decir «los cabros de la escuela» decía… «el estudiantado»… para referirse a nuestros enseñantes decía… «el profesorado». Hablaba muy lindo ése González.

El primer año había que pasar dos meses por cada taller. Laboratorio dental, Joyería, Mecánica de máquinas de oficina, Mecánica de máquinas textiles y Relojería. Al final del año asignaban al alumno a aquel taller en el cual había tenido la mejor nota.

Las preferencias iban para los dentales. Pero el problema era que en esa especialidad había que comprar unas herramientas que eran demasiado caras, como, por ejemplo, una mufla que para comprarla costaba como un mes de salario de mi papá.

Nos formaron en el patio del liceo a todos los cursos y nos pidieron dar un paso adelante al anunciar las diferentes especialidades.

Cuando dijeron «Mecánica dental» muchos fueron los que no pudieron dar el paso adelante, dado las bajas notas obtenidas. Yo me quedé pensando en lo caro que costaba la mufla y me quedé quieto y sin moverme, esperando algo, no sabía qué…

Y así fueron siendo nombradas una a una las otras. De pronto oí al director decir «¡Relojería!» y veo que Juan González da un decidido paso adelante. Me dije «si este gallo elige relojería, quiere decir que es bueno y enérgicamente me puse a su lado y… heme aquí relatando esto, ¡luego de terminar mi enésima jornada en una fábrica de relojes en Suiza!

Por Webmaster

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